Fantástico ejercicio de guion que consagra a McDonagh.
El relato de un cambio de paradigma narrado desde el corazón de una civilización aplastada. Esperando el lento advenimiento de un futuro que supone radicalmente diferente. Construye desde la más absoluta simpleza para alcanzar un estado de incertidumbre en el tercio final, abierto incluso a la reflexión. El arma para combatir al mundo moderno es la monotonía, una ralentización de la vida mediante la construcción de un día a día fundamentado en el mantenimiento de las costumbres. El relato se cuenta desde la perspectiva de Padraic (Colin Farrell) un hombre feliz que solo aspirar a mantenerse como está. Para Padraic, la monotonía es su mejor aliada mientras que para el resto de personajes es un constante recordatorio de lo efímero de la existencia, obligándoles a emprender una búsqueda de significado. Embalsamado en un tiempo que ha sido violentado por la modernidad. A través de sus ojos, el resto de personajes irán conformando lentamente, con las perspectivas que cada uno ofrece, la grieta a través de la cual mirar a un tiempo que anuncia una nueva era, distinta a cualquier otra, para la civilización irlandesa.
Precisamente es la sencillez del argumento lo que nos ofrece una verdad largo tiempo asumida por el espectador del cine de McDonagh: el irlandés está mucho más dotado para la escritura que para la dirección. Mantiene el pulso narrativo a una obra cimentada en la amistad pérdida, envuelta en el conocido humor negro del cine de McDonagh, a pesar de lo obstinado que está el director en mostrar todos los planos rodados por el operador del dron. Así, esa amistad rota supone el pretexto para ir abriendo heridas en los personajes, hasta alcanzar a Padraic, rompiendo su coraza y no dejándole otra alternativa que reflexionar sobre el pasado y asumir el futuro.
Pedro Fuertes
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