Revenge, una anomalía del género.

A lo largo de las décadas de los sesenta y los setenta, el mercado internacional estaba cambiando, todo debido a corrientes cinematográficas europeas como la Nouvelle Vague; y también a la aparición de nuevos equipos de filmación que permitían hacer películas de una forma más barata.  Las denominadas como serie B o serie Z siempre han estado ahí,
películas de muy bajo presupuesto y con tramas disparatadas que la gran mayoría del público ha clasificado como “malas” películas, aunque para mí solo es una forma distinta de plasmar las ideas de una serie de personas.

Volviendo a los 60 y 70, la ya denominada serie B o Z,
tiene una época de esplendor, con la aparición del cine de explotación o exploitation. Básicamente  es una categoría cinematográfica en la que se agrupan las películas cuya temática aborda temas o detalles de interés lascivo, propios de la ficción de explotación, género de la ficción que basa su atractivo en los temas moralmente inaceptables y socialmente escandalosos como el comportamiento sexual humano, el erotismo, la violencia, el crimen o el consumo de drogas. Aunque no voy a engañar a nadie, hay que reconocer que tenían una estética muy particular, hasta podría decirse de baja calidad, pero eso ya depende de como lo vea cada uno; y también decir, que el principal objetivo de estas era obtener beneficios ya que su presupuesto era mínimo.

Dentro del exploitation, hay varios subgéneros que se han mantenido vigentes y hasta han dejado de formar parte de este tipo de cine, para pasar a “niveles más altos”. Algunos de aquellos que aún están presentes en nuestros días ya que diferentes realizadores les han dado su propia versión son: blaxploitation, giallo, el spaghetti western o el que
nos va a ocupar más adelante, el rape & revenge. Hay directores como Quentin Tarantino que han mantenido vigente estos dotando a sus películas de las características propias de ellos, por ejemplo Django Unchained (Quentin Tarantino, 2012) no deja de ser una película blaxploitation dentro del spaghetti western, o Kill Bill: Vol. 1 (Quentin Tarantino, 2003) es una mezcla entre el cine de samuráis y rape & revenge,
mientras que Kill Bill: Vol. 2 (Quentin Tarantino, 2004) es un spaghetti western mezclado con rape & revenge; este es un ejemplo del que juega con sus características. Sin embargo, otro realizador hizo su particular
versión del rape & revenge, hablo de Paul Verhoeven y de Elle (Paul
Verhoeven, 2016), donde el realizador hace lo contrario dentro del género y juega con un ritmo más pausado, haciendo pensar al espectador.

Ahora, tras esta introducción, doy paso a hablar de Revenge (Coralie Fargeat, 2017). Tres hombres casados ricos se reúnen para su juego de caza anual en el desierto. Pero esta vez, uno de ellos viene acompañado de su amante, Jen, una mujer joven y muy atractiva que despierta rápidamente el interés de los otros dos. Las cosas se complican dramáticamente para ella… Dada por muerta en medio del infierno del desierto, la joven vuelve a la vida y el juego de caza se convierte en una venganza implacable.

Con una premisa bastante básica, típica de este tipo de género, la
realizadora no recurre a ningún elemento discursivo, sabe de lo que nos está hablando. Mientras que otras películas de género, en los últimos años han introducido una mirada autorreflexiva sobre la morbosa fetichización del cuerpo femenino, como Antichrist (Lars Von Trier, 2009). La realizadora Coralie Fargeat, prefiere que sea la propia forma la que hable y se abstiene de imponer sobre las dinámicas más funcionales del género ningún tipo de distancia intelectual: en su película, de argumento reducido, la que en otra película sería una hipersexualizada mujer objeto (Jen), ya que aquí no la objetifica, interpretada por Matilda Anna Ingrid Lutz, se transforma en un simbólico cuerpo resurrecto y letal casi elevado a una condición superheróica con la ayuda de
una ingesta de peyote.

La principal estrategia del largometraje es releer las  claves de los violentos y distintos subgéneros que se agrupan en ella (rape & revenge, gore) y explotarlos  hasta que sangren, hasta hacer transparentar la crueldad que en ellos habita. Todo de golpe, y de la manera más sangrienta imaginable.

Jugando con el uso del paisaje, reduciéndolo a lo mínimo, el
propio desierto donde se narra toda la película; y con tan solo cuatro
personajes, 3 de ellos los agresores, para no complicarse con complejas
interacciones, la directora establece ahí el conflicto real, de como todos
ellos (los tres hombres) pretenden no envejecer portándose como niños o saliendo con chicas a las que doblan la edad. El desierto, como decía,
transmite soledad, todos están solos, bien sea porque estos tres están hasta las narices de su vida diaria, o porque, como Jen, aún no están seguros de que van a hacer, pues  sabe que él se olvidará de ella en algún momento, él no está enamorado, solo trata de sentirse joven.

Con respecto a los cambios que establece en los tópicos, el más
importante, es el de no objetificar el cuerpo de la mujer, lo que lleva
directamente a que la secuencia de la violación, pese a su dureza, transcurre casi en off. Esta declaración de intenciones por parte de la directora lleva a que, a la inversa de lo habitual, la película se centra más en la parte de revenge que en la de rape. Ella muere y vuelve a la acción de forma casi mágica, etérea, como un ave fénix; en cambio, son ellos,
los agresores, quienes exhiben cuerpos mutilados
, cadáveres profanados y desnudos integrales, humillantes y con aire exploit. Obviamente,
esto no convierte a la película en un largometraje “feminista de venganza”, de hecho, esto se puede considerar todo lo contrario. Pero no hay que olvidar en que clase de película nos encontramos.

Coralie Fargeat no se priva a la hora de encadenar planos del trasero en bragas de su heroína, ni de crear su propia versión de John Rambo o Paul Kersey, o incluso el propio Terminator, con su inevitable punto sexy, pero eso es lo de menos. Los códigos del subgénero están ahí para quien quiera aprovecharlos y discutirlos. Pero por encima de todo lo genérico, la estética de la película es la que hace de esta, algo especial, algo reivindicativo, pues está muy cuidada. Desde el uso de una paleta de colores totalmente estridentes, ya que la mayoría de planos se encuentran muy quemados, haciendo hincapié en lo que podría sentirse como una insolación constante (Director de fotografía: Robrecht Heyvaert). El montaje abrumador como en la secuencia donde se come el peyote, o aquella previa a la violación donde los tres agresores y Jen se emborrachan, se sobreponen muchos elementos en pantalla provocando mareos constantes para hacer al espectador sentir como la propia protagonista de esta historia (Montadores: Jerome Eltabet, Coralie Fargeat y Bruno Safar). El tratamiento del sonido, que
en ocasiones, al igual que con la fotografía o el montaje, este se encuentra elevado al extremo en momentos como cuando Jen se despierta en medio de la nada para hacer sufrir al espectador, con un ruido atroz, que perfora el oído; y llevado a los mínimos en otros momentos, como cuando Jen persigue a Richard, donde el sonido, para crear tensión mientras ella sigue el rastro de sangre que emana del violador, solo se usan las pisada de Jen sobre la sangre, y su respiración, pues es una persecución del gato y el ratón donde aunque podamos imaginar el resultado, el cambio de cazador y presa es constante. También hacer mención realmente especial al desbordadísimo gore con efectos prácticos, que se siente más físico y cercano gracias a la sobreabundancia de primerísimos planos y galería cromática saturada. Sangrienta y excesiva, la condición de cómic en imágenes no le quita visceralidad, y la única exigencia que le hace al espectador es la de traerse la suspensión de credibilidad en el nivel máximo de
tolerancia.

En efecto, la película está tan pendiente de la estética que se olvida, voluntariamente o no, del rigor a la hora de exponer los hechos, y si a menudo lo más endeble de estas historias es hacer tragar al espectador la idea de que una persona agredida hasta el extremo es capaz de sacar fuerza física para emprender una venganza violentísima, aquí la cosa se vuelve una espiral de violencia, locura y drogas, con especial mención al peyote. Muchos espectadores desconectarán con lo poco verosímil del via crucis (camino de la cruz) de la heroína, pero el verdadero aficionado a todo esto sabrá que las referencias a las drogas mágicas, el uso de la cerveza, la simbología brujeril y demás cuestiones poco realistas entroncan a la película más con recientes largometrajes del fantástico macabro como Savaged (Michael S. Ojeda, 2013) o Martyrs (Pascal
Laugier) que con la sordidez del grindhouse de los
setenta.

El film, se ve entonces como un divertido refrito de tópicos, altamente estetizado y con no poco sentido del humor, que revaloriza los conceptos propios de la serie Z, los ata y los  hace digeribles para espectadores modernos y ansiosos de emociones fuertes, sin no antes, darles un puñetazo y radiografiar la íntima arrogancia de un cine que a fuerza de replicar lugares comunes ha acabado por amaestrarlos, legitimarlos, y provocando que esto, dentro del audiovisual, sea algo totalmente normal.

Guillermo Alonso


Publicado

en

por

Etiquetas:

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *