Yo empecé a rodar cosas para gustar a la gente, para complacer, considero que de ahí nace toda obra: del querer ser. Y el complacer no tiene por qué ser un envoltorio narcisista de la intención, a veces uno complace con películas lo que no puede por si mismo.
La película la protagoniza mi abuela: Dolores Marín, ella no es actriz, ni artista; ella es solo Lola. Hace dos años me llamaba pidiéndome que volviera a verla:
— No puedo ir al pueblo abuela porque estoy haciendo una película.
— Pues vente aquí y haces la película conmigo.
André Bazin habla del cine como arte funerario: Es capaz de embalsamar el tiempo. Yo sentí que si no hacia la película entonces, no la podría hacer nunca. Nunca sabré si fue miedo, o un deseo de complacer lo que me empujó a escribirla. Tampoco se a quien complazco, si a ella, o a la familia futura que se sentará a volver a ver a Dolores Marín vivir con sus recuerdos, cuando sus recuerdos sean los que vivan entre nosotros.
La película es un retrato, se piensa como un retrato. Nos levantábamos a las nueve de la mañana nos tomábamos unas tostadas con tomate, aceite y sal, y nos íbamos a retratar, no a filmar. Una amiga me dijo que era un retrato de las ausencias, otro dijo que todo iba en torno al retrato
del niño, otro un retrato funerario, y para mi…es uno familiar.
Uno no piensa la familia hasta que la echa de menos. La familia
es el fantasma del cuento, el vehículo de la fe de Lola, así como lo es en la vida real. Y en cierta manera su familia, la mía, queda tomada en instantánea en la pieza.
Cuando Lola echa comida al perro, habla de unas niñas que son sus nietas, cuando se duerme lo hace con su marido, el que le baja el colchón para que no pase calor en verano es Paco, su hijo, detrás de ella, mientras ve la película está su otro hijo, mi padre, y detrás de la cámara estoy yo.
El cine en occidente lleva arraigada una imagen de soledad, en pocas partes es comunidad, algo así escuché hace poco en una sobremesa, y así encontré el sentido completo de la película: Yo pude rodar la familia, porque estaba rodando en familia. Esto no es cine de guerrilla, en la guerrilla hay armas y aquí lo que había eran desayunos largos, muchos mosquitos y la furgoneta de los cristales de mi padre en
la que llevábamos el material de una calle a otra.
Alberto es el niño de la película, tenía siete años cuando hicimos nuestro primer corto con él como protagonista. Rafa y yo empezamos juntos hace mucho, luego se unió Alfredo nos vinimos los tres a Madrid a estudiar cine y allí conocimos a Pedro. Nos veíamos los cuatro una mañana en un patio esperando a José para empezar la primera toma, nunca vino, se quedó dormido y apareció tres días después, él no venía pero estaba.
El artista tiene el sentimiento de que no existe diferencia entre la vida y la creación, es una sensación difícil de explicar, pero nosotros la vivimos durante un verano. Cuando terminéis de ver la película muchos os preguntareis qué es realidad y qué es ficción: Todo es realidad, todo se vivió, los fantasmas, la música, los personajes…Todo es verdad porque la ficción siempre tiene algo de vivencia, y el cine algo de familia.
Luis (Soto) Muñoz Cubillo.
10 de noviembre de 2021
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