Frank Capra aborda en la década de los 30 y hasta su entrada en la Segunda Guerra Mundial, una serie de temas sociales y políticos, conflictos advenidos tras la Gran Depresión, que abordan a otros directores americanos que suelen evadir la política en su cine, especialmente en los siguientes años.
Un caso particular es el de John Ford, hay una pequeña parte de su obra que podrían considerarse como películas políticas o al menos, películas con una gran carga de política. El sol siempre brilla en Kentucky o El último hurra forman parte del primer grupo, mientras que El hombre que mató a Liberty Valance y ¡Qué verde era mi valle! son ejemplos del segundo punto, aunque estas fronteras son muy cambiantes. El foco de Ford no está puesto en la política como pueda ser el caso, más prístino, de Robert Rossen con El político, una película que expone el deterioro de su protagonista cuando se interna en ese submundo. No es que John Ford no tenga la mirada puesta en la política, sino que su mirada de es fundamentalmente poliédrica, cualidad presente en todas sus películas, su mirada no puede quedarse en un solo sitio. «Contemplar una película de John Ford es como contemplar un trozo de existencia», frase de Salvador Sainz que resume esta concepción del punto de vista de Ford y a su vez nos da claros indicios de su forma de planificar una secuencia. La cámara casi nunca se mueve, planos generales con cualidades pictóricas indiscutibles tanto en exterior como interior.
Esta forma de llevar a cabo una representación resulta, como diría Carlos Losilla de Raoul Walsh; «una manera de borrar las huellas de la puesta en escena es otra manera de utilizarla, y en el buen sentido de la palabra manipularla». El caso de John Ford es distinto de Walsh, la puesta en escena de Ford puede resultar yerma al igual que Walsh, en cuanto a movimientos de cámara se refiere, de lo que siempre se le acusó. Decían que hacía películas estáticas, proverbios sin sentido de los intelectuales de salón o más bien de sofá que hoy en día han vuelto con fuerza, para despreciar a los mismos directores que años atrás vilipendiaron. Aunque es tema para otro momento. Volviendo a la cuestión, John Ford resume una secuencia con gran carga emocional y dramática como el filete de Liberty Valance o el recuentro de John Wayne con la mujer de su hermano, de la que está secretamente enamorado pero en permanente distancia por un acuerdo tácito entre ambos, con apenas un plano, sin movimientos de cámara. Deja que la vida fluya, que un solo plano contenga diferentes historias y multitud de lecturas, ofrece una visión periférica de la narración, y aún así, retiene al espectador y lo involucra de una manera única, pues para Ford el distanciamiento algo fundamental.
Se llegó a decir que era el cineasta más brechtiano, no por su planificación o puesta en escena, es la forma de abordar las historias, en especial, los hechos históricos. Fort Apache o El Joven Lincoln son buenos ejemplos de esto, tomando sucesos conocidos, aunque en el caso de Fort Apache no se explicita que sea la historia del General Caster, la película retrata en esencia los hechos acontecidos alrededor la muerte de Caster, vanagloriada por el ejército, y versa precisamente en cómo se escribe la historia. En cuanto a El joven Lincoln, toma una figura reconocible para cualquier espectador de la época y le lleva a un momento de su vida, cuando era desconocido y en auge espiritual, para mantenerlo durante toda la película. John Ford sería incapaz de hacer una película como hizo Walsh con Murieron con las botas puestas, es demasiado sincero para ello y siempre, incluso en la trilogía de la caballería, busca cierta desmitificación aunque eso le lleve a mitificar otras cosas. Los indios y su papel en las películas de John Ford son objetos de discusión, precisamente en las películas de la caballería, donde se eleva la labor de los soldados conscientemente, la forma de presentar a los indios, cada vez más brutales conforme avanzan las películas lleva a restar a la primera parte, pues cuando los indios son más elevados moralmente por decirlo de alguna forma, como sucede en Ford Apache, la caballería baja en la balanza. Es difícil de hacer una medida pues la mirada distante de John Ford, no porque se sienta ajeno al oeste ni mucho menos a los hechos acontecidos, tiende a ordenar el material para no emitir un juicio moral. Los indios son extremadamente brutales en Río Grande pero la caballería es vapuleada por el personaje de Mauren O´Hara, aunque al final se una a la euforia del ejército, sus afirmaciones sobre el cuerpo están más haya de sus labios.
Por esto y más, John Ford sería incapaz de hacer una película política, aunque en su filmografía figure Las uvas de la ira, cuyo discurso final, aunque ligeramente fordiano, fue ideado por el productor Darryl F. Zanuck. Ese discurso cambia el original del libro y da una forma distinta a la película, en cierto sentido se usa para despolitizarla pues no deja de ser el parlamento de una madre mirando al horizonte esperando que su hijo regrese a casa, un grito de esperanza en el que alude al poder de la «gente», pero no es una alusión a ninguna ideología, aunque todo sea política, una máxima cierta. En ¡Qué verde era mi valle!, el tema sindicalista entra en la película para separar a la familia, no se emite ningún juicio sobre los sindicatos o la situación de los mineros, la que resume como pésima. Su interés, como en Las uvas de la ira, es la gente, la familia protagonista de la película. La existencia, pocos han estado tan preocupados por filmar la existencia y ninguno lo ha hecho con tanta precisión, por ello, no cabe en ningún caso en el imaginario fordiano una película donde el foco sea puesto exclusivamente en la política, en la guerra o simplemente en los pistoleros, la humanidad, la poesía o el humor siempre ampliarán el prisma, nada quedará sesgado. Una naturalidad arrancada de la vida.
Quizás una pregunta para los tiempos actuales sería, que manipula un cineasta; ¿al espectador o a la película? En John Ford hay una relación directa, manipula la película en tanto que desea una lectura limpia por parte del espectador, su mirada recoge un conjunto, un todo y su cámara contiene más sinceridad que la de ningún otro director.
Pedro Fuertes
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